El ejercicio de las grandes virtudes teresianas nos orientan a la “libertad” para que sin “ataduras” la persona se aventure a descubrir las novedades de Dios a lo largo de la vida, porque el amor, desasimiento y la humildad, nos orientan a la entrega total a Dios.
Teresa descubre que la persona, en la virtud “necesaria” para el camino de la oración y contemplación, es indispensable “educar”. La educación tiene que ver con la realidad y la vivencia misma de la persona en la virtud para poder acomodar la virtud a lo que desea vivir que es un camino diferente y distinto al que ha caminado. La virtud hay que acomodarla al “estilo de vida” que Teresa propone. Un “estilo de vida” que facilite a la oración, la fraternidad y el servicio.
La persona que se adentra al camino evangélico dentro del Carmelo de Teresa tiene que “darse cuenta” de la “necesidad” de “educarse” para vivir de una manera distinta, para vivir en fraternidad y aprender el ritmo comunitario que exige la libertad en el amor. Acomodar la vida a lo que quiero, con libertad, abrazar y vivir.
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