Al comienzo de sus fundaciones ordenó la Santa que se hiciese la cocina por semanas y cuando le tocaba a ella ponía un esmero singular y ponía en evidencia su ternura maternal con las hermanas. Su compañera de semana, Isabel de Sto. Domingo, la vio alguna vez arrobada con la sartén en la mano, y dábase el caso que no quedaba en la casa más aceite que el que había en la sartén, y asiéndose de la misma sartén para que no se derramase, se sentía contagiada por el arrobo de la Madre y con riesgo de quedas ambas extasiadas asidas de la sartén. (1)
Dice Ribera que "de noche estaba pensando cómo guisaría los huevos y el pescado y cómo haría el caldo que fuese diferente de lo ordinario, para dar algún regalo a aquellas siervas de Dios, y aquella semana era la casa bien proveída" (2) . Quedó memoria en San José de Ávila que cierto día, no de su semana, preguntó la Madre a la semanera: ¿Qué tienen para cenar mis monjas? Respondió la otra: Madre, tengo rábanos y leche. Exclamó la Santa: ¡Dios sea conmigo! ¡Rábanos y leche! tráigame unos huevos, y con esa leche y pan rallado haremos un manjarcillo, y con eso cenaremos. Hasta hoy se guarda este guiso, en memoria de la Madre que no quiso matar a sus monjas con rábanos y leche.
(1) Isabel de Sto. Domingo, Proc. Ávila 1610, a. 64
(2)F. Ribera, La vida de la M. Teresa, 1. 4, c.16
La Herencia Teresiana - Fr. Efrén J.M. Montalva
La imagen corresponde a la cocina primitiva del Convento de San José de Ávila, cocina de Teresa.
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