Al principio, hacían todas las religiosas el oficio de cocina por semanas (en el monasterio de San José de Ávila)(1). Por cierto que todas las monjas deseaban que la santa fuera cocinera de semana, porque no sólo lo hacía bien, sino que pasaba sus buenos ratos pensando que haría "para que, siendo uno, parezcan dos los huevos, o cómo hará el caldo que resulte diferente del de la víspera". Y aquella semana, dice Ribera, era la casa bien proveída. Porque, decía ella, condescendía Dios con su deseo, que cómo le tenía de darles bien de comer, le enviaba con qué lo hiciese. Ansí no era poca ganancia andar ella en la cocina, aún para lo corporal.
P. Fco. de Ribera, S.J. - IV, 16
(1) Agregado por MariCris de Jesús, ocds
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