"A la tarde, refiere la enfermera, Viniendo que me vio, se rió y me mostró tanta gracia que me tomó con sus manos y puso en mis brazos su cabeza, y allí la tuve abrazada hasta expirar, estando yo más muerta que viva la mesma Santa, que ella estaba tan encendida en el amor de su Esposo, que parecía no veía la hora de salir del cuerpo para gozarle"
Lejos de Alba, según se comprobó, sucedieron fenómenos sorprendentes.
En Valladolid, Casilda de San Angelo, tuvo una visión que ella misma refiere: "Entre las cuatro y cinco de la tarde, vi a la Sta. Madre con el glorioso Padre San Francisco en el cielo, de cuya vista sintió mi alma grande gozo y consuelo...Y duróme esta visión sin quitárseme del todo, algunos días."
En Segovia, entre once y doce de aquella noche, Isabel de Santo Domingo sintió medrosa una misteriosa presencia. Llamó a su vecina, Inés de Jesús, que la acompañase. Cuando a la mañana siguiente fue al coro, pensando que la Santa había muerto, sintió una voz interior que decía: "Hija, no muero, sino vivo en eternidad."
En Granada, Ana de Jesús, muy ajena a la enfermedad de la Santa, estando a punto de expirar y asistida por S. Juan de la Cruz, vió "junto a la cama una monja con nuestro hábito, de la misma manera que andamos, tan gloriosa y cubierta de resplandor que no la dejaba percibir bien el rostro; más mirándola decía: Yo conozco esta monja. Ella sonreía y acercábase más. Y mientra más cerca, menos la podía ver, por el gran resplandor que traía en todo el cuerpo, y más en la frente, que de sien a sien era excesivo". Creyó era un aviso de que iba a morir. Mas a los pocos días llegó la noticia del fallecimiento de la Madre.
En Valladolid, y a la misma hora, Francisca de Jesús vio "una luz junto a ella tan grande, que la hizo alzar los ojos al cielo, y vio como una abertura y en ella un gran remolino de luces con muy gran resplandor y regocijo, como si recibieran a alguno".
La herencia Teresiana