sábado, 31 de octubre de 2009

Al borde del camino



Aquí estoy, Señor,
como el ciego al borde del camino
-cansado, sudoroso, polvoriento-
mendigo por necesidad y oficio.

Pero al sentir tus pasos,
al oir tu voz inconfundible,
todo mi ser se estremece
como si un manantial brotara
dentro de mí.

¡Ah, qué pregunta la tuya!
¿Qué desea un ciego sino ver?
¡Que vea, Señor!

Que vea, Señor, tus sendas.
Que vea, Señor, tus caminos
de la vida.
Que vea, Señor, ante todo,
tu rostro, tus ojos,
tu corazón.

Uribarri. F

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