Haced, Dios mío, que yo os adore
no sólo con la lengua y con la mente,
sino con el corazón.
Que no lo haga únicamente en la soledad,
o ante el tabernáculo,
donde la presencia real de vuestro Cuerpo
y vuestra Divinidad
nos inspira devoción,
sino haced, Dios mío, que con actos continuos
de fe, esperanza y de amor
convierta mi corazón en un oratorio
en el que en todo lugar
y en todo momento os adore,
pues el verdadero cristiano
no ora solamente con la boca y en la soledad,
sino con el corazón y con las obras,
en todo lugar
y en todo vaivén de la vida.
Luisa de la Misericordia, ocd (1644-1710)
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