Dentro de una año, por estas calendas, se estará celebrando el V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús. De hecho, Teresa Cepeda y Ahumada, nació en Gotarrendura (Ávila) el 28 de Marzo de 1515, y desde hace años se vienen preparando en España y el mundo católico para conmemorar estos quinientos años de la fundadora del Carmelo.
Por supuesto que muchos lectores ya estarán dibujando un mohín de desencanto, escandalizados de que a uno, a estas alturas de la vida y del siglo XXI, le de por recordar a una santa del siglo XVI. De lo menos que pueden tildarlo a uno es de "biato". ¿Quién tiene alientos y ganas de ponerse a leer hoy, en este mundo tecnificado y desacralizado una prosa de la literatura clásica, en un estilo para muchos anacrónico, en que, para acabar de ajustar, se trata de una temática religiosa y mística y en cuyas páginas el personaje central es Dios?
Hay temas que a la gran mayoría no les gusta que sean ventilados ante la opinión. Dios, por ejemplo. A pesar de que vivamos agarrados al clavo caliente de la interrogación sobre el Absoluto, nos parece una jartera hablar o que nos hablen de Dios, en forma magistral, como quien expone una tesis de filosofía o de teologia, o adornándose de una oratoria fofa, tal vez con un insoportable ceño doctrinal.
Pero Teresa de Jesús ha perdurado en la lectura de sus obras porque es todo lo contrario de ese hablar mayestático sobre Dios. Lo que ella cuenta es una aventura. Y la cuenta en una forma ágil, sin recovecos intelectualistas, sino poniendo en cada palabra la carne sobre el asador. Vivencia, que es lo que importa. Es un estilo coloquial, con gracejo y susurro de mujer, que abre una interrogación directa al lector, el cual termina comprometiéndose también en ese extraño e inesperado viaje a la interioridad.
Por lo demás, leer a Santa Teresa será siempre una grata experiencia literaria. Sus obras tienen la frescura del habla popular castellana y sorpresivamente logra tales hallazgos y recursos literarios que su lectura acaba convirtiéndose en un hábito del que no es fácil desprenderse.
Pero con Santa Teresa, como es en realidad con cualquier autor, es inútil y cansón dar consejos o encumbrar las cualidades de su estilo. En realidad, no hay sino una forma de comprobar si un autor es bueno o malo: leyéndolo. Cualquier otra aproximación es andarse por las ramas. De ahí que si alguno de mis lectores cree que es cuento mío lo del encanto que tiene la lectura de Santa Teresa, lo desafío a que se embarque en una lectura de sus obras. Es una invitación a navegar. Nos vemos en la otra orilla.
(*) Autor: Ernesto Ochoa
Tomado de: www.elcolombiano.com