Sucedió entonces que la Santa recibió una limosna, y propuso cómo habrían de gastarla para tender a las necesidades más urgentes.
La sacristana decía que no tenía cera suficiente para las misas. La provisora, que le faltaba no sé cuánto para el sustento de las monjas. La ropera igualmente alegaba muchísimas faltas.
Oyó a todas pacientemente, la Madre, reconociendo que aquellas peticiones eran justas. Y al fin dio su parecer: ¡Ah, señoras mías! Yo confieso que a todas hace falta lo que piden. Mas es mi parecer que se compre una sartén.
Acudieron a ellas a argüir y poner en claro que aquello no era de tanta necesidad, pues contaban con la sartén de la vieja.
La Madre concluyó: Yo confieso, hijas, que llevan gran razón en lo que dicen; mas acordémonos que en la profesión le ofrecimos a Dios el ser pobres, pero no el cansar a costa de ello a nuestros vecinos.
La Herencia Teresiana
P. Efrén J. M. Montalva
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