El P. Ribera cuenta que, cuando murió la Santa:
"quedó su rostro hermosísimo, sin arruga ninguna, aunque solía tener hartas, todo el cuerpo muy blanco y también sin arrugas, que parecía alabastro: la carne tan blanda y tan tratable como la suelen tener los niños de dos o tres años... Y sus miembros se mostraban tan blandos y tan tratables a los que los tocaban, que parece tenía la ternura de la niñez y se veían hermoseados con manifiestas señales de inocencia y santidad. De todos el cuerpo salía un olor suave..."
Eran las nueve de la noche del 4 de Octubre de 1582.
Aquel día la reforma gregoriana del calendario daba un salto de once días, de modo que ya no era el 4 sino el 15 de Octubre.
Era el atardecer en Alba, Alba de Tormes, donde se puso el sol - que escribiera Lope de Vega - y amaneció para siempre su resplandor, siempre resplandor de Cristo, su Esposo, su Amado... el Jesús de Teresa de Teresa de Jesús.
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