sábado, 29 de marzo de 2014

Semblanza de Santa Teresa de Jesús

A los hermanos y hermanas de la Provincia en el día del nacimiento de nuestra Santa Madre. Como una expresión de cariño hacia la mujer que Dios nos dio por Fundadora, la que nos abre caminos para el encuentro con Quien sabemos nos ama. Pongo en medio de vosotros estas palabras para unirlas a las que cada uno y cada una, cada comunidad, pondrá para celebrar algo tan grande para todos nosotros, para la Iglesia, para el ser humano.
TERESA DE JESÚS. ¡FELICIDADES!   

Se acercó con pasión a sí misma, tratando de descubrir y entender el misterio que se escondía en su interior. Desde niña, hasta que su Amado la llamó para el encuentro definitivo. No aceptó nunca imaginarse hueca por dentro. Buscó quien la ayudara a entrar y vivir en la morada principal de su castillo. Nos lo contó en una experiencia pascual que sigue emocionándonos después de cinco siglos.
Toda su palabra fue oración y oración fue su única palabra. Hablando de oración se dijo a sí misma, así nos contó el fuego que ardía en sus adentros. No quiso conformarse con sus obrillas, se sintió llamada a ir más allá. Supo luchar con determinada determinación. Se dejó ayudar por los amigos porque “gran mal es un alma sola”.
El camino lo hizo con libertad y alegría, con humildad. ¡Cómo le gustaban estas virtudes! Así se fue preparando para conformar su voluntad con la de Dios, para llevar a plenitud su “PARA VOS NACÍ”. Supo de caídas pero no de desalientos. Se levantó, una y otra vez, con la mirada fija en la misericordia entrañable del Dios que la miró y la esperó con ternura infinita.
A los pocos pasos del camino entendió que iba con ella un Amigo, un Compañero, un Esposo. Supo que lo más importante de la vida era dejar que Dios hiciera su obra en ella. Y Dios la hizo nueva. Entendió que no merecía la pena vivir una vida anodina, repitiendo otros pasos, conociendo a su Dios solo de oídas. Se atrevió a vivir su propia historia, la que Dios quería escribir con ella en su corazón.
El Espíritu le enseñó que el asunto de la vida, de la oración, no estaba en pensar mucho, sino en amar mucho. Esto la llenó de consuelo, porque se veía con más capacidad para amar que para pensar. Trató de vivir las pruebas de la vida con humor, como señales donde descubrir cómo andaba de libertad.
Sorprendida recibió al Señor que la buscaba enamorado. “¡Qué bueno es este bien nuestro!”, se decía y nos dice. Con paso decidido se acercó al encuentro con Jesús, dispuesta a vivir cosas delicadas que ver y que entender.
Miró su relación de amistad con Jesús con la verdad. Se sintió habitada por Jesús, llamada por un silbo suave que la recogía cada día. Le brotó la alabanza a boca llena al entender y saberse tan amada. Sintió cómo manaban aguas limpias de una fuente que nacía en sus entrañas. Como un niño que comienza a mamar aprendió a dar los primeros pasos por las sendas de la vida nueva que Dios le regalaba.
Se supo llevada por Jesús a la interior bodega, donde descubrió que era amigo de dar y de darse por entero. No podía entender cómo su Señor con grandes regalos castigaba sus pecados, cómo estaba tan empeñado en regalarla y atraerla hacia Él. Pudo confesar asombrada que a Él no le quedó nada por hacer. Y gritó en los caminos, dando esperanza a todo caminante, que su Dios no imposibilitaba a nadie para comprar sus riquezas, que, dando cada uno lo que estuviera en su mano, se conformaba. Así nos invitaba a la esperanza. Así nos engolosinaba para tratar sin miedo con el Amigo.
No le gustaba dejar en feo a Dios. Decía a quien la oyera que Dios siempre puede más y más, y que creer eso era abrirle la puerta para que Él entregara sus dones sin medida. Muchas veces se dio ánimo a sí misma para no quedarse a medias, para darse del todo al Todo, para entregarse por entero al que se nos da a nosotros a manos llenas.
No tuvo miedo de morir a todo lo que es viejo, a ese amor propio tan dañino, para nacer y volar como las águilas. Se vio como un milagro cuando descubrió cómo salía un alma después de haber estado metida, al menos un poquito, en la grandeza de Dios. ¡Tenía alas para volar!, y no andar ya, paso a paso, como los medioletrados espantadizos le aconsejaban. El Espíritu la empujó a no ser consumidora de respuestas, sino a ser creadora de vida nueva, ofrecida gratuitamente para todos.
Jesús, en su humanidad, se le fue metiendo cada vez más adentro. Estaba con él, oía su voz. ¡Cómo acariciaba su voz y cómo resonaban sus acentos! Cada vez quedaba más enamorada del Esposo que había de tomar. No podía comprender cómo, siendo ella la que era, podía ser visitada por quien quería engrandecer su nada, amarla sin tener que hacerlo. “¡Bendita sea su misericordia, que tanto se quiere humillar!”, decía fuera de sí.
Los dones y mercedes no le hicieron perder de vista la que era. Vivió alerta, con los pies en la tierra, muy humana. Trató de ir siempre adelante en el servicio del Señor y en el conocimiento propio. Nada de vanidades, nada de construir torres sin fundamento. Los dones no eran para ella garantía de fidelidad. La señal de que caminaba en la verdad la puso en el amor al prójimo. “Y que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que se te loasen a ti”, decía como si nada.
Supo de noches, al igual que su Señor. “Juntos andemos”, le susurraba su Amado por los caminos y ella también, a Él, se lo cantaba. Juntos, también en la noche. Cristo, siempre ganoso de hacer mucho por ella, la adentró en la libertad y el amor, que solo se adquieren en medio de la noche. Su sicología se le oscureció como una nube que esconde el sol, sus amigos se hicieron a un lado, y hasta Dios se calló. ¿Qué hacer? ¿Abandonar? ¡Nunca! Estaba cierta de que Él, su Amado, solo es verdad. Se sentía despierta para amarle y dormida para tomar otro esposo. Cuando en Burgos se quejó a Jesús de cómo la trababa y él le dijo que así trataba Él a sus amigos, ella, con el humor que siempre la acompañó, le dijo la frase ya famosa: “Sí, por eso tienes tantos”.
Su interioridad, adonde se asomó guiada por el Espíritu, se le descubrió habitada, llena del misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu, las tres Personas dispuestas a comunicarse con ella. ¡Qué distinto es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera cuán verdaderas son!, contaba a su hermanas. El amor fue para ella la forma más hermosa de contar y cantar el misterio de Dios. Aunque lo hiciera temblando al tratar una criatura tan miserable como ella en algo tan sublime. La alabanza se convirtió en ella en voz de cascadas. “Sea Dios alabado y entendido un poquito más y gríteme todo el mundo”, decía echando fuera todos los temores. Y la alabanza se traducía en un estilo de vida marcado por el servicio, mucho más que antes. Como su Esposo Jesús, también ella sentía la llamada a ponerse en medio como quien sirve.
¡Cristo! No encuentra palabras (luz, río, agua) para decir lo que ha acontecido entre los dos. ¡Cristo, el Amigo! Todas las hermosuras le parecen nonada comparadas con la Hermosura que excede a todas las hermosuras. Está loca de amor por Jesús. Nadie le hará confesar otro camino mejor. “Todas las demás verdades dependen de esta verdad, todo los amores de este amor”. ¡Cuánto deseaba tener con Jesús un diálogo entre iguales! ¡Cuánto deseaba que lo de ella fuera de Él y lo de El fuera de ella! “Ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas”. ¡Cuánto había deseado la entrega total de los dos!
Mujer de interioridad, de verdad, dispuesta a salir a la vida para contentar a su Señor sirviendo a los hijos de los hombres. Si él mostró el amor con la cruz, ¿cómo contentarle con solo palabras? Con la humildad siempre como fundamento, con la humildad siempre como fuente de alabanza, con la humildad siempre para recibir de quien es tan amigo de dar.
Un gran abrazo para cada uno y cada una de vosotros. Feliz día. Feliz camino. Que la Santa Madre nos enseñe decir desde el corazón y a vivir: PARA VOS NACÍ. Un abrazo entrañable. Pedro, provincial.

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